Cristian llegó a la Fundación cuando esta abrió sus puertas por primera vez, tenía cinco años. Recuerda con cariño a sus profesores, especialmente a Elizabeth, a la que considera su segunda madre; con ella aprendió a leer y a escribir, pero lo que más quedó grabado en él fue el amor y la comprensión de su profesora.
Cristian pasó sus primeros años de infancia en las aulas de la Fundación, recibiendo cariño, apoyo y guía. Su temperamento introvertido y silencioso se vio tocado un día cuando, en una ocasión, al tener ya doce años, llegó a la Fundación un joven de la Universidad Javeriana que venía a hacer su práctica, este joven traía con él un piano pequeño y una guitarra; cuando los acordes que provenían del salón múltiple llegaron a los oídos de Cristian, la sensación que produjo en él fue indescriptible, las notas musicales despertaron sus sentidos y sintió un llamado en su alma. Ese día el mundo de Cristian se iluminó, sintió con certeza que su camino sería la música, y en ella ese instrumento maravilloso con teclas blancas y negras: el piano. A partir de ese día Cristian tuvo claro su camino, y la Fundación haría todo lo posible por ayudarlo a cumplir su sueño.